El suave y leve susurro de una brisa oscura, acarició mi nuca y mi oreja al amanecer. No entendí lo
que quería decirme, no tendría importancia.
Un dolorcillo punzante en el costado derecho de mi pecho me
despertó, no tanto por lo doloroso como por lo molesto. En pocos segundos ya no
lo notaba.
Esa mañana amaneció
rojo, como un día perfecto para desayunar con diamantes. El chófer aparcó en la
puerta de casa y tardé muy poco en acomodarme en la parte trasera del vehículo.
Un lacerante dolor recorrió mi cuerpo, cual resaca. Llevaba
un tiempo siendo mi compañero infatigable e inseparable. En mis brazos, en mis
piernas en mi pecho, en mi cabeza. Este seguí notándolo a lo largo del día.